Estamos en plena temporada de fresas y aparte de disfrutarlas simplemente tal cual con un poco de azúcar o zumo de naranja o limón, es difícil resistirse a preparar algún postre más elaborado aprovechando tanto su delicioso sabor como su precioso aspecto.
Estas tartaletas de panna cotta y compota de fresas son un buen ejemplo de postre de magnífico aspecto y mejor sabor, con el añadido de que son facilísimas de elaborar. Os aconsejo hacer vosotros mismos la masa quebrada porque su sabor y su textura no tienen nada que ver con las compradas, pero en un momento de apuro podéis recurrir a ellas y hacer así que estas tartaletas sean aún más fáciles.
Poner la harina y la sal en un cuenco o en el bol de la amasadora, añadir la mantequilla cortada en dados y mezclar con la pala o con la punta de los dedos hasta tener una especie de migas, añadir el azúcar y una o dos cucharadas de agua fría, lo justo para formar una masa que no se pegue a las manos.
Extender la masa con un rodillo y cortar seis círculos de tamaño algo mayor al de vuestros moldes, forrarlos con los círculos de masa y dejarlos enfríar en el frigorífico durante una media hora.
Pasado este tiempo, precalentar el horno a 180º y hornear las tartaletas durante unos 15/20 minutos.
Para la compota de fresas, poner en un cazo las fresas troceadas en cuartos con el azúcar y el agua de azahar.
Ponerlo al fuego y cocer a fuego suave hasta que la fruta empiece a romperse. Dejar enfríar.
Para la panna cotta, poner en un cazo la mitad de la nata con el azúcar y la vaina de vainilla abierta a lo largo. Poner a remojar la gelatina en un poco de agua fria. Poner al fuego la nata y cuando empiece a hervir, retirarla del fuego, sacar la vaina de vainilla y añadir la gelatina bien escurrida, remover bien y dejar enfríar.
Montar la nata restante y mezclarla suavemente con la nata con gelatina ya fría.
Rellenar las tartaletas con la nata y meterlas en el frigorífico hasta que cuaje la gelatina.
Antes de servir, poner una cucharada de compota de fresas sobre cada tartaleta.