Todos los años cuando se acerca la Semana Santa empiezan a aparecer recetas de torrijas de todas clases, desde las más sofisticadas a las más sencillas y a cual más apetitosa. Sin embargo yo aún no había publicado mi receta de toda la vida, quizás porque para mi son algo tan sencillo y tan cotidiano que me parecía que poco podía aportar.
Si he de ser sincera, para mi las torrijas nunca han estado ligadas a la Semana Santa pues tanto mi madre cuando yo era niña, como yo después, las hemos hecho en cualquier época del año, para aprovechar algún resto de pan o simplemente para desayunar o merendar un día cualquiera. Nuestra forma de prepararlas no puede ser más rápida y sencilla, un pan del día anterior y muy pocas cosas más y en quince o veinte minutos se puede tener listo un delicioso postre para deleitar a toda la familia.
Cortar el pan en rebanadas de un dedo de anchas. Batir el huevo en un plato hondo y añadir la leche, mezclar bien. Mojar las rebanadas de pan en esta mezcla con cuidado de que queden bien empapadas pero no tanto como para que se rompan.
Calentar aceite abundante en una sartén y freír en él las torrijas por las dos caras hasta que estén doradas.
Sacarlas a un plato cubierto con un papel absorbente para que escurran el aceite. mezclar en tres cucharadas de azúcar con una o dos cucharaditas de canela en polvo y rebozar las torrijas con esta mezcla.