Cuando viaja, un Food Blogger necesita irremediablemente facturar una maleta, aunque el viaje sea de tres o cuatro días, y esa maleta debe hacer el viaje de ida casi vacía porque uno nunca sabe lo que se puede encontrar por esos mundos. En cualquier ferretería inesperada pude aparecer un cacharro nunca visto, o uno que queríamos tener desde hace mucho tiempo. En las librerías y los kioscos nos tentarán montones de libros y revistas de cocina que añadir a nuestra ya nutrida biblioteca, si nos topamos con un mercadillo de cosas viejas, quién nos dice que no necesitemos traernos unos cubiertos vintage o unas cajitas del año de la pera…Para no hablar de los productos tradicionales de cada sitio que nos tientan desde los mercados y las tiendas gourmet estratégicamente situadas en los sitios más inesperados…
Pues esta vez, en mi viaje de vuelta de Florencia donde pasamos cuatro días de esta Semana Santa, aparte de una representación de todas esas cosas, se vino conmigo este precioso ejemplar de cavolo nero del que un par de días antes no tenía noticia, pero que de un momento para otro se me hizo imprescindible y me hizo dar un par de vueltas al mercado hasta que lo encontré. Veréis que a pesar de pasar dos días metido en una bolsa de plástico y de unas cuantas horas de aquí para allá en una maleta, llegó fresco y lozano, como recién cogido de una huerta en Toscana.
No os voy a aburrir contándoos lo bonita que estaba Florencia a pesar de la lluvia y de los turistas, no os voy a hacer la enumeración de los museos y las iglesias, de los miles de cuadros que pasaron ante nuestros ojos, de la fascinación renovada al descubrir de nuevo al David bajo su cúpula de luz, del Arno recreándose bajo sus puentes, del perfil bajo la neblina eterna de una de las ciudades más bellas de la tierra.
Tampoco os voy a hablar de los platos de pasta, de las pizzas, de la bistecca alla fiorentina, de los cantucci mojados en vin santo, de los quesos y los salumi, de los crostini o del vino toscano, ni siquiera de la gracia y la ironía de los camareros italianos y de la suerte inusitada de que no nos timaran en ningún restaurante…
Solamente os voy a contar por qué me tuve que traer a casa el cavolo nero y por qué hoy os presento esta Ribollita toscana.
El primer día de nuestra estancia, comimos en un restaurante diminuto (bueno, no sé si se le puede llamar restaurante) que tenía muy buena calificación en TripAdvisor, el
Cacio Vino Trallallà, un local con solo tres mesas para dos personas y una pequeña barra donde se pueden degustar unos fantásticos vinos acompañando unos riquísimos quesos y embutidos, todos de productores locales y unos cuantos platos caseros a cual más sugerente, aunque lo mejor de todo es la simpatía de los dueños, Nunzia y Ermanno que desde el primer momento nos hicieron sentir entre amigos. Con deciros que volvimos dos días más tarde!
Esta ribollita la comimos el primer día y nos gustó tanto que enseguida le pregunté a Nunzia por la receta, y ella me contó que el principal ingrediente es el cavolo nero, una especie de col típica de Toscana, con hojas alargadas, oscuras y rugosas, acompañado de otras verduras y de alubias cannellini y servido con unas rebanadas de pan toscano ya reseco.
Aunque es una “zuppa”, no ha de quedar tan caldosa como nuestras sopas, sino bastante espesa y con las verduras bastante blandas y casi deshechas y está mejor de un día para otro. En las recetas que he encontrado se pone un ramito de tomillo y romero durante la cocción y después se retira, yo como no tenía las hierbas frescas, le puse un pellizquito de cada una de las que venden en bote. El pan tampoco es el genuino, aunque no descarto hacerlo para la próxima vez y como para entonces no tendré el cavolo nero, lo sustituiré por unas espinacas, no será lo mismo pero seguro que también estará buena.
Y ya sin más, aquí está mi rebollita…si hay algún italiano por ahí, que no sea muy exigente!